El lenguaje secreto de los objetos

El café ya está frío. Debería dejarlo plantado pero qué caso tiene, Raúl nunca fue puntual en todos los años que trabajamos juntos. No sé por qué supuse que esa vez sería distinto. Dicen que el tiempo lo cura todo pero no quiero hacerme ilusiones. La última vez que nos vimos terminamos en la comisaría. Él con el labio partido y yo, con astillas en las manos.

Todos hablan de nuestras grandes ideas futuristas que nunca se concretaron. A la prensa le encanta inventar historias y es evidente que no investigaron demasiado, aunque pensándolo bien, jamás podrían haber dilucidado las razones de nuestro fracaso.   

Solíamos autodenominarnos la nueva generación. Acuñamos un lema infalible: “Saber de dónde vienen las cosas. Mirar hacia dónde van”. Éramos los ojos que enfrentaban el lenguaje secreto de los objetos. Decíamos, más bien asegurábamos,  que teníamos el poder de interpretar los sentimientos de las cosas.  Los famosos hacían fila para que visitáramos sus mansiones y conversáramos con los muebles, pues éstos tenían algo para decir. Para nosotros, un jarrón era mucho más que un recipiente para exhibir flores. Ese jarrón transmitía un mensaje, podía ser el rey del vestíbulo o podía estar destinado al destierro.

Claro que la mayoría de las cosas –sino todas –tendían a recibir una sentencia de muerte, esto no se usa más, esto no sirve  y lo único que los objetos parecían suplicar era que los cambiáramos por otros nuevos que nosotros mismos vendíamos. ¿Qué sabíamos de arte? Nada. No éramos sino meros importadores de regalería fina. Y en algún punto la gente comenzó a dudar de nuestro poder. Pues como suele ocurrir con la fama, nos creímos el cuento.

Pero esa no fue la verdadera razón por la que el negocio se esfumó. Dalia sabría explicarlo mejor. Dalia y su cabello negro hasta la cintura. Dalia y sus piernas perfectas, Dalia y esa boca con la que era capaz de cualquier cosa. Competíamos diariamente para ver a quién de los dos obedecía. Con quién tenía más empatía. Con cuál de los dos pasaba más tiempo. Con cuál de los dos se acostaba. Dalia fue el objeto más venerado de toda nuestra colección, el único que no supimos interpretar ni quisimos cambiar por otro.

El día que ella renunció, Raúl llegó tarde, como siempre. Pareció no importarle la noticia y en esa indiferencia encontré la confirmación de que me había traicionado. Aseguró que el mensaje era claro y que era tiempo de renovación.   Me preguntó si realmente pensaba que a Dalia le gustaban las mujeres y dijo que ella había preferido quedarse con lo más valioso. Lo primero que le lancé fue el cenicero de Hong Kong. Después no me importó de dónde venían las cosas ni lo que tenían para decirme.

Foto de cottonbro en Pexels

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